Cuando el Ciclo de la Vida se Encuentra: Madre en Transición, Hija en Descubrimiento

Un relato íntimo sobre lo que significa acompañar a una hija preadolescente mientras se transita la perimenopausia. Dos cuerpos, dos procesos cíclicos, una misma casa. Reflexiones sobre la conexión, la paciencia y la sabiduría compartida entre generaciones de mujeres.

Patricia Grassals

7/31/20253 min read

Madre agarrando un tarro mientras sonrie a su hija
Madre agarrando un tarro mientras sonrie a su hija

Hay momentos en los que la vida te invita a mirar más profundo.
Estoy criando a una niña de 10 años, curiosa, sensible, intensamente independiente, que comienza a hacer preguntas sobre su cuerpo, su energía, y el mundo que la rodea.

Mientras tanto, yo, con 46 años, empiezo a sentir las primeras señales de la perimenopausia. Todavía no estoy ahí por completo, pero mi cuerpo ya habla: la irritabilidad que antes no tenía, la paciencia más corta ante lo cotidiano, los cambios sutiles en mi energía que me invitan a hacer pausas más frecuentes.

No deja de sorprenderme cómo estos dos momentos tan distintos, la preadolescencia y la antesala de la menopausia, pueden encontrarse en un mismo hogar. En un mismo corazón.

Dos mujeres en construcción

Mi hija aún no ha llegado a la pubertad, pero ya está en esa fase de descubrimiento: hace preguntas, observa, experimenta con su identidad. Hemos tenido conversaciones abiertas sobre el ciclo menstrual. Armamos juntas un kit menstrual, sin miedo ni vergüenza. Y respondo sus preguntas con la honestidad de madre que no lo sabe todo, pero que ha decidido vivir esta etapa con consciencia.

Ella tiene ADHD, y su mundo interno va rápido, a veces impredecible. Tiene cambios de humor que vienen y van como tormentas tropicales. Su independencia es hermosa y desafiante. Y en medio de todo eso, intento acompañarla sin apagar su fuego.

No siempre es fácil

Hay días en los que estamos en sintonía, y otros en los que siento que vivimos en planetas distintos. Me canso más fácil, me cuesta más tolerar ciertos ruidos o interrupciones. La sobrecarga mental me susurra: “No puedes con todo.”

Pero entonces recordamos que no tenemos que hacerlo todo perfecto.
Nos damos permiso para tener nuestros días de chicas: mirar una película juntas, salir a caminar solas, o simplemente conversar sin prisa mientras el resto de la casa (papá y hermanito incluido) sigue su ritmo.

Aprender a escucharnos sin juicio

Estoy aprendiendo a no tomarme sus reacciones como algo personal. Y también a pedirle que respete mis momentos de pausa. Le explico que no siempre tengo la misma energía y que eso es normal. Que los cuerpos cambian, que no somos máquinas. Que a veces mamá también necesita silencio.

Y en ese espacio de sinceridad, estamos creando una relación basada en la confianza y no en el control. En el sostén mutuo. En el reconocimiento de que ambas estamos construyéndonos.

Ser espejo y testigo

Mi intención no es que ella me vea como perfecta. Sino que vea que soy humana, que también me transformo, que no siempre tengo todas las respuestas pero que siempre estaré disponible para caminar a su lado.

Y quizás eso es lo más valioso de este cruce de caminos entre su niñez que se despide y mi adultez que muta:
La posibilidad de crecer juntas, desde la autenticidad y el amor.

¿Te encuentras tú también entre cambios?

¿Estás transitando una etapa en la que tu cuerpo, tus relaciones o tu rol como madre se están redefiniendo?

Te leo con cariño si quieres compartir tu experiencia.
Y si este post te tocó el corazón, compártelo con otra mujer que necesite sentirse acompañada en su propio tránsito.

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